El
Jueves Negro tuvo lugar el 24 de octubre de 1929, día en el que dio
comienzo la caída en la Bolsa de Nueva York y con ella el Crack del 29 y
la Gran Depresión. El desplome de la Bolsa de Valores de Nueva York el
Jueves Negro produjo una situación de verdadero pánico que provocó la
posterior crisis bancaria en Estados Unidos
En
Mayo de 1926; Inglaterra padece una de las mayores huelgas generales de
su historia, cuyos coletazos se extenderán prácticamente hasta finales
de año. La industria del carbón se paraliza durante meses, y el país
pasa de exportar a importar el mineral. La economía se encuentra
postrada, con unos precios y costes internos artificialmente altos, que
debían ajustarse en pro de la competitividad; pero los sindicatos no
estaban por la labor.
Con
tal de no molestar a las centrales sindicales, unas autoridades
convencidas ,prefirieron presionar a los bancos para que proporcionaran
crédito con el que comprar el carbón al resto del continente.
Una
operación financiera sin demasiado sentido que deterioró enormemente la
salud de los bancos ingleses y los convirtió en deudores de Francia y
Alemania, cuyos bancos centrales acumulaban grandes cantidades de libras
esterlinas convertibles en oro. Y tan pronto como la City comenzó a
perder oro a finales de ese año, todas las alarmas saltaron.
Se
trataba de una situación incómoda para todas las partes implicadas: por
un lado, el Banque de France y el Reichsbank consideraban que ya
estaban demasiado expuestos a una moneda –la libra– que cada vez
resultaba menos creíble, y además querían reconstruir sus reservas de
oro para estabilizar sus respectivas divisas; por otro, el Banco de
Inglaterra sabía que no tenía suficiente metal para seguir pagándoles, y
que su única alternativa para proteger sus reservas –la única que
habían tenido desde siempre los banqueros centrales en este tipo de
situaciones– era subir el tipo de interés, medida que resultaba
inaceptable para los propagandistas del dinero barato, como Keynes.
Por
este motivo, el gobernador del Banco de Inglaterra, el célebre Montagu
Norman, solicitó auxilio al poderosísimo presidente de la Reserva
Federal de Nueva York, aquel al que Milton Friedman calificaría años más
tarde como "un hombre verdaderamente notable": Benjamin Strong. Norman y
Strong eran amigos íntimos (Barry Eichengreen describe sus relaciones
personales como "cálidas y de mutuo respeto"), y ambos estaban
vinculados directa o indirectamente con JP Morgan.
Strong
estaba convencido de que los bancos centrales debían ser solidarios y
ayudarse entre sí, motivo por el cual convocó a mediados de 1927 una
reunión de gobernadores de bancos centrales en Long Island; "el club más
exclusivo del mundo", como se dijo entonces.
La
reunión estaba claramente diseñada desde un principio para presionar a
los bancos centrales de Francia y Alemania para que dejaran de exigir al
de Inglaterra el pago en oro de sus deudas y se conformaran con libras
esterlinas (algunos infelices todavía confunden hoy esta suerte de farsa
monetaria con el patrón oro). Pero las cosas no salieron como Strong y
Norman habían planeado. El gobernador del Reichsbank, Hjalmar Schacht,
era un astuto negociador que no se casaba con nadie, y su homólogo
francés, Émile Moreau, declinó asistir: en su lugar envió a uno de los
economistas monetarios más brillantes del s. XX, Charles Rist.
Rist
conocía perfectamente las intenciones del tándem Strong-Norman, pero
antes de tomar una decisión prefirió consultar a otro de los grandes
genios monetarios del s. XX, Benjamin Anderson, economista en jefe del
Chase National Bank.
Anderson
acudió a la Reserva Federal de Nueva York con la intención de
presentarse en el despacho de Rist, donde ambos tenían pensado discutir
sobre la situación financiera internacional y cuál debía ser la política
de los bancos centrales al respecto. Pero mientras deambulaba por los
pasillos , Strong se cruzó con Anderson y rápidamente trató de abortar
la reunión entre ambos entrando primero en el despacho de Rist.
En teoría, mientras Strong estuviera reunido con Rist, éste no podría atender a Anderson.
Sin
embargo, el economista en jefe del Chase National Bank era un hombre de
gran paciencia, y ante las disculpas reiteradas del secretario personal
de Rist, le advirtió de que estaba dispuesto a esperar
"indefinidamente", hasta que Strong saliera. Finalmente, tras cerca de
una hora, se le invitó a entrar… pese a que Strong todavía seguía
dentro.
Una
vez se marchó éste, Rist y Anderson discutieron libremente sobre la
gran expansión crediticia que había tenido lugar al amparo del
patrón-divisa oro y de la muy delicada situación en que se hallaba el
Banco de Inglaterra.
Así,
cuando Norman y Strong pidieron a Schacht y Rist que se olvidaran de
demandar oro a Londres y que acometieran una política monetaria
expansiva que aliviara aún más las tensiones sobre la City, ambos se
negaron. Schacht fue rotundo: no quería bajar artificialmente los tipos
para seguir inflando más el crédito: "No me deis un tipo de interés
bajo. Dadme un tipo de interés verdadero y yo sabré cómo mantener mi
casa en orden", les reprochó.
Fue
entonces cuando Strong desistió y advirtió de que, incluso si Francia y
Alemania no colaboraban, Estados Unidos ayudaría a Gran Bretaña
mediante una política de crédito barato, lo que de paso le serviría para
"dar un pequeño empujoncito a la bolsa estadounidense".
Desde
luego, Strong sabía de qué hablaba. No era la primera vez que le daba
un empujoncito mediante la expansión artificial del crédito. En 1922, la
Reserva Federal llevó a cabo la primera operación de mercado abierto de
su historia (compras de deuda pública) y el Dow Jones se disparó de 70
puntos a más de 100. En 1923, Strong enfermó y el resto de miembros de
la Reserva Federal, no demasiado de acuerdo con sus políticas
inflacionistas, dejaron de expandir el crédito, con lo que el Dow Jones
cayó a 90 puntos. Cuando Strong se reincorporó un año más tarde y se
reanudaron estas operaciones, el Dow Jones se catapultó hasta los 160
puntos. En 1927 se trataba, pues, de meterle la última inyección
energética.
La
conferencia de gobernadores no cristalizó en ningún acuerdo unánime
demasiado concreto. Schacht y Rist se fueron con el compromiso de
rebajar ligeramente su presión sobre el Banco de Inglaterra pero sin
sumarse a la orgía inflacionista que estaba a punto de empezar. En
cambio, Strong sí prometió a su buen amigo Morgan que la Reserva Federal
prestaría 12 millones de libras en oro al Banco de Inglaterra, y que
rebajaría los tipos de interés por debajo de los suyos para evitar que
los inversores ingleses sacaran su oro del país a fin de depositarlo en
los bancos estadounidenses.
Dicho
y hecho. En agosto de 1927 los tipos de interés caen medio punto, hasta
alcanzar prácticamente su mínimo histórico, y, sobre todo, se duplica
el volumen de las operaciones de mercado abierto (por las que se
canalizaba el crédito a los bancos para que a su vez rebajaran los tipos
de interés a sus clientes). Y, ciertamente, la borrachera bursátil
respondió a las expectativas: entre agosto de 1927 y octubre de 1929, el
Dow Jones se disparó de 170 a 380 puntos.
No
es extraño, vistas esas cifras, que la Reserva Federal se asustara del
monstruo que ella misma había ayudado a crear. A finales de 1927, el
gobernador Strong enfermó de nuevo y se retiró de la política activa
(murió un año después), por lo que su sustituto, Roy Young, tuvo las
manos libres para intentar revertir sus errores.
Entre
febrero y julio de 1928 los tipos de interés pasaron del 3,5 al 5%,
pero aunque el ritmo de expansión crediticia se moderó, ya era tarde: el
boom bursátil había empezado, y ni siquiera la Reserva Federal tenía
capacidad para detenerlo.
Se
había creado demasiado crédito durante demasiado tiempo, y ahora era
imposible de retirar. Ya lo decía con resignación Benjamin Anderson:
Cuando la bañera del piso de arriba se ha desbordado y ha estado vertiendo agua durante cinco minutos, no es complicado lograr que deje de hacerlo y aprovechar para fregar el suelo. Pero cuando ha estado vertiéndola en grandes cantidades durante muchos años, las paredes, los falsos techos y el suelo están echados a perder, y resulta muy costoso y complicado retirarla. Mucho después de que se haya cerrado el grifo, el agua seguirá rezumando por las paredes y el techo.
El
exceso de crédito siguió ahí hasta que fue destruido, de manera
desordenada y caótica, durante el proceso de quiebras bancarias que
inauguró el crack bursátil de 1929.
Mas
de ochenta años después, no está de más recordar que fueron las
políticas inflacionistas de la Reserva Federal las que generaron ese
auge artificial que inevitablemente terminó pinchando. Hay cosas que,
por desgracia, no cambian.
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