Expropiación petrolera
El 18 de marzo de 1938, la Revolución Mexicana llegó a su mayor grado
de soberanía, al resolver de tajo un problema que venía desde el
Porfiriato: el petróleo. Al convertirse a finales del siglo XIX en el
principal combustible mundial, las grandes compañías petroleras
intentaron controlar los pozos más importantes del planeta.
Porfirio Díaz les cobró pocos impuestos a cambio de que crearan
empleos. Francisco I. Madero intentó aplicarles nuevos cobros para
sostener a su gobierno y murió asesinado. Venustiano Carranza también
quiso controlarlos y para eso estableció, en el artículo 27 de la
Constitución, que los bienes del subsuelo eran propiedad de la nación.
Álvaro Obregón, que necesitaba el reconocimiento norteamericano, dejó
de lado ese artículo y permitió que las compañías petroleras operaran
libremente. En cambio, Plutarco Elías Calles decidió volver a controlar
esas empresas, por lo que en 1927 México estuvo a punto de sufrir una
invasión por parte del ejército norteamericano.
El Estado mexicano había buscado establecer un convenio con las
compañías petroleras en el cual, a cambio de que ellas reconocieran que
el petróleo era de la nación, el Estado les permitiría operar en el
país. Cuando Lázaro Cárdenas tomó en 1938 la decisión de expropiar esas
empresas, fue porque consideró que de no hacerlo la nación se
debilitaría y estaría a merced no de Estados Unidos, sino de ese grupo
de empresarios petroleros que se convertirían en los amos de México.
A la Nación:
La actitud asumida por las compañías petroleras negándose a
obedecer el mandato de la Justicia Nacional que por conducto de la
Suprema Corte las condenó en todas sus partes a pagar a sus obreros el
monto de la demanda económica que las propias empresas llevaron a los
tribunales judiciales por inconformidad con las resoluciones de los
Tribunales del Trabajo, impone al Ejecutivo de la Unión el deber de
buscar en los recursos de nuestra legislación un medio eficaz que evite
definitivamente, para el presente y para el futuro, el que los fallos de
la justicia se nulifiquen o pretendan nulificarse por la sola voluntad
de las partes o de alguna de ellas mediante una simple declaratoria de
insolvencia como se pretende hacerlo en el presente caso, no haciendo
más que incidir con ello en la tesis misma de la cuestión que ha sido
fallada.
Hay que considerar que un acto semejante destruiría las normas
sociales que regulan el equilibrio de todos los habitantes de una
nación, así como el de sus actividades propias, y establecería las bases
de procedimientos posteriores a que apelarían las industrias de
cualquier índole establecidas en México y que se vieran en conflictos
con sus trabajadores o con la sociedad en que actúan; si pudieran
maniobrar impunemente para no cumplir con sus obligaciones ni reparar
los daños que ocasionaran con sus procedimientos y con su obstinación.
Por otra parte, las compañías petroleras, no obstante la actitud
de serenidad del Gobierno y las consideraciones que les ha venido
guardando, se han obstinado en hacer, fuera y dentro del país, una
campaña sorda y hábil que el Ejecutivo Federal hizo conocer hace dos
meses a uno de los gerentes de las propias compañías, y que ese no negó,
y que han dado el resultado que las mismas compañías buscaron: lesionar
seriamente los intereses económicos de la nación, pretendiendo por este
medio hacer nulas las determinaciones legales dictadas por las
autoridades mexicanas.
Ya en estas condiciones no será suficiente, en el presente caso,
conseguir los procedimientos de ejecución de sentencia que señalan
nuestras leyes para someter a la obediencia a las compañías petroleras,
pues la substracción de fondos verificada por ellas con antelación al
fallo del Alto Tribunal que las juzgó, impide que el procedimiento sea
viable y eficaz; y por otra parte, el embargo sobre la producción o el
de las propias instalaciones y aun el de los fondos petroleros
implicarían minuciosas diligencias que alargarían una situación que por
decoro debe resolverse desde luego, e implicarían también, la necesidad
de solucionar los obstáculos que pondrían las mismas empresas,
seguramente, para la marcha normal de la producción para la colocación
inmediata de ésta y para poder coexistir la parte afectada con la que
indudablemente quedaría libre y en las propias manos de las empresas.
Y en esta situación de suyo delicada, el Poder Público se vería
asediado por los intereses sociales de la nación que sería la más
afectada, pues una producción insuficiente de combustible para las
diversas actividades del país, entre las cuales se encuentran algunas
tan importantes como las de transporte, o una producción nula o
simplemente encarecida por las dificultades, tendría que ocasionar, en
breve tiempo, una situación de crisis incompatible no sólo con nuestro
progreso, sino con la paz misma de la nación; paralizaría la vida
bancaria; la vida comercial en muchísimos de sus principales aspectos;
las obras públicas que son de interés general se harían poco menos que
imposibles y la existencia del propio Gobierno se pondría en grave
peligro, pues perdido el poder económico por parte del Estado, se
perdería asimismo el poder político produciéndose el caos.
Es evidente que el problema que las compañías petroleras plantean
al Poder Ejecutivo de la nación con su negativa a cumplir la sentencia
que les impuso el más Alto Tribunal Judicial, no es un simple caso de
ejecución de sentencia, sino una situación definitiva que debe
resolverse con urgencia.
Es el interés social de la clase laborante en todas la industrias
del país la que lo exige. Es el interés público de los mexicanos y aun
de los extranjeros que viven en la República y que necesitan de la paz y
de la dinámica de los combustibles para el trabajo.
Es la misma soberanía de la nación, que quedaría expuesta a
simples maniobras del capital extranjero, que olvidando que previamente
se ha constituido en empresas mexicanas, bajo leyes mexicanas, pretende
eludir los mandatos y las obligaciones que les imponen autoridades del
propio país.
Se trata de un caso evidente y claro que obliga al Gobierno a
aplicar la Ley de Expropiación en vigor, no sólo para someter a las
empresas petroleras a la obediencia y a la sumisión, sino porque
habiendo quedado roto los contratos de trabajo entre las compañías y sus
trabajadores, por haberlo así resuelto las autoridades del trabajo, de
no ocupar el Gobierno las instituciones de las compañías, vendría la
paralización inmediata de la industria petrolera, ocasionando esto males
incalculables al resto de la industria y a la economía general del
país.
En tal virtud se ha expedido el decreto que corresponde y se han
mandado ejecutar sus conclusiones, dando cuenta en este manifiesto al
pueblo de mi país, de las razones que se han tenido para proceder así y
demandar de la nación entera el apoyo moral y material necesarios para
afrontar las consecuencias de una determinación que no hubiéramos
deseado ni buscado por nuestro propio criterio.
La historia del conflicto del trabajo que culminará con este acto de emancipación económica, es la siguiente:
El año de 1934 en relación con la huelga planteada por los
diversos sindicatos de trabajadores al servicio de la compañía de
petróleo El Águila, S.A., el Ejecutivo de mi cargo aceptó intervenir con
el carácter de arbitro a fin de procurar un advenimiento conciliatorio
entre las partes.
En junio de 1934 se pronunció el laudo relativo y en octubre del
mismo año, una sentencia aclaratoria fijando el procedimiento adecuado
para revisar aquellas resoluciones que no hubiesen obtenido
oportunamente la debida conformidad.
A finales de 1935 y principios de 1936 el C. [ciudadano] Jefe del
Departamento del Trabajo, por delegación que le conferí, dictó diversos
laudos sobre nivelación, uniformidad de salarios y casos de
contratación, tomando como base el principio constitucional de la
igualdad de salarios ante igualdad de trabajo.
Con objeto de hacer desaparecer algunas anomalías, citó el propio
Departamento, a una conferencia, a los representantes de las diversas
agrupaciones sindicales, y en ellas se llegó a un acuerdo sobre
numerosos casos que se hallaban pendientes y reservándose otros por
estar sujetos a investigaciones y análisis posteriores encomendados a
comisiones integradas por representantes de trabajadores y patrones.
El Sindicato de Trabajadores Petroleros convocó entonces a una
asamblea extraordinaria en la que se fijaron los términos de un contrato
colectivo que fue rechazado por las compañías petroleras una vez que
les fue propuesto.
En atención a los deseos de las empresas y con el fin de evitar
que la huelga estallara, se dieron instrucciones al Jefe del
Departamento del Trabajo, para que, con la aquiescencia de las partes,
procuraran la celebración de una convención obrero patronal encargada de
fijar de común acuerdo los términos del contrato colectivo y mediante
un convenio que se firmó el 27 de noviembre de 1936.
En tal convención, las empresas presentaron sus contraposiciones y
en vista de la lentitud de los trabajos, se acordó modificar el estudio
dividiendo las cláusulas en económicas, sociales y administrativas para
iniciar desde luego el examen de las primeras.
Las contingencias de la discusión revelaron las dificultades
existentes para lograr un acuerdo entre los trabajadores y las empresas
cuyos puntos de vista se alejaban considerablemente, juzgando las
compañías que las proposiciones de los obreros eran exageradas y
señalando a su vez los trabajadores la falta de comprensión de las
necesidades sociales y la intransigencia de las compañías por lo que la
huelga estalló, en mayo de 1937.
Las compañías ofrecieron, entonces y en respuesta a mis
exhortaciones, aumentar los salarios y mejorar ciertas prestaciones y el
Sindicato de Trabajadores, a su vez, resolvió plantear ante la Junta de
Conciliación el conflicto económico y levantó la huelga el 9 de junio.
En virtud de lo anterior, la Junta de Conciliación y Arbitraje
tomó conocimiento de ello y de acuerdo con las disposiciones legales
relativas fue designada con el fin indicado, por el Presidente de la
Junta, una comisión de peritos constituida por personas de alta calidad
moral y preparación adecuada.
La comisión rindió su dictamen encontrando que las empresas
podían pagar por las prestaciones que en el mismo se señalan, la
cantidad de $26 332 756,00 contra la oferta que hicieron las 17
compañías petroleras durante la huelga de mayo de 1937.
Los peritos declararon, de manera especial, que las prestaciones
consideradas en el dictamen quedarían satisfechas totalmente con la suma
propuesta, pero las empresas argumentaron que la cantidad señalada era
excesiva y podría significar una erogación mucho mayor que conceptuaron
en un monto de $41 000 000,00.
Ante tales aspectos de la cuestión el Ejecutivo de mi cargo
auspició la posibilidad de que el sindicato de trabajadores de la
industria petrolera y las empresas debidamente representadas para tratar
sobre el conflicto, llegaran a un arreglo, lo que no fue posible
obtener en vista de la actitud negativa de las compañías.
Sin embargo de ello, deseando el Poder Público una vez más lograr
un convenio extrajudicial entre las partes en conflicto, ordenó a las
autoridades del trabajo que hicieran saber a las compañías petroleras su
disposición de intervenir para que los sindicatos de trabajadores
aceptaran las aclaraciones que habían de hacerse en algunos puntos
oscuros del laudo, y que más tarde podrían prestarse a interpretaciones
indebidas y asegurándoles que las prestaciones señaladas no rebasarían
de manera alguna los $26 332 756,00 no habiéndose logrado a pesar de la
intervención directa del Ejecutivo el resultado que se perseguía.
En todas y cada una de estas diversas gestiones del Ejecutivo
para llegar a una final conclusión del asunto dentro de términos
conciliatorios y que abarcan períodos anteriores y posteriores al juicio
de amparo que produjo este estado de cosas, quedó establecida la
intransigencia de las compañías demandadas.
Es por tanto preconcebida su actitud y bien meditada su
resolución para que la dignidad del Gobierno pudiera encontrar medios
menos definitivos, y actitudes menos severas que lo llevaran a la
resolución del caso sin tener que apelar a la aplicación de la Ley de
Expropiación.
Para mayor justificación del acto que se anuncia, hagamos breve
historia del proceso creador de las compañías petroleras en México y de
los elementos con que se han desarrollado sus actividades.
Se ha dicho hasta el cansancio que la industria petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y desarrollo.
Esta afirmación es exagerada. Las compañías petroleras han gozado
durante muchos años, los más de su existencia, de grandes privilegios
para su desarrollo y expansión; de franquicias aduanales; de exenciones
fiscales y de prerrogativas innumerables, y cuyos factores de
privilegio, unidos a la prodigiosa potencialidad de los mantos
petrolíferos que la nación les concesionó, muchas veces contra su
voluntad y contra el derecho público, significan casi la totalidad del
verdadero capital de que se habla.
Riqueza potencial de la nación; trabajo nativo pagado con exiguos
salarios; exención de impuestos; privilegios económicos y tolerancia
gubernamental, son los factores del auge de la industria del petróleo en
México.
Examinemos la obra social de las empresas: ¿En cuántos de los
pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay un hospital, una
escuela o un centro social, o una obra de aprovisionamiento o
saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una planta de luz, aunque
fuera a base de los muchos millones de metros cúbicos del gas que
desperdician las explotaciones?
¿En cuál centro de actividad petrolífera, en cambio, no existe
una policía privada destinada a salvaguardar intereses particulares,
egoístas y algunas veces ilegales? De estas agrupaciones, autorizadas o
no por el Gobierno, hay muchas historias de atropellos, de abusos y de
asesinatos siempre en beneficio de las empresas.
¿Quién no sabe o no conoce la diferencia irritante que norma la
construcción de los campamentos de las compañías? Confort para el
personal extranjero; mediocridad, miseria e insalubridad para los
nacionales. Refrigeración y protección contra insectos para los
primeros; indiferencia y abandono, médico y medicinas siempre regateadas
para los segundos; salarios inferiores y trabajos rudos y agotantes
para los nuestros.
Abuso de una tolerancia que se creó al amparo de la ignorancia,
de la prevaricación y de la debilidad de los dirigentes del país, es
cierto, pero cuya urdimbre pusieron en juego los inversionistas que no
supieron encontrar suficientes recursos morales que dar en pago de la
riqueza que han venido disfrutando.
Otra contingencia, forzosa del arraigo de la industria petrolera,
fuertemente caracterizada por sus tendencias antisociales, y más dañosa
que todas las enumeradas anteriormente, ha sido la persistente, aunque
indebida intervención de las empresas en la política nacional.
Nadie discute ya si fue cierto o no que fueran sostenidas fuertes
facciones de rebeldes por las empresas petroleras en la Huasteca
Veracruzana y en el Istmo de Tehuantepec, durante los años 1917 a 1920
contra el Gobierno constituido.
Nadie ignora tampoco cómo en distintas épocas a las que señalamos
y aún contemporáneas, las compañías petroleras han alentado casi sin
disimulos, ambiciones de descontentos contra el régimen del país, cada
vez que ven afectados sus negocios, ya con la fijación de impuestos o
con la rectificación de privilegios que disfrutan o con el retiro de
tolerancias acostumbradas.
Han tenido dinero para armas y municiones para la rebelión.
Dinero para la prensa antipatriótica que las defiende. Dinero para
enriquecer a sus incondicionales defensores.
Pero para el progreso del país, para encontrar el equilibrio
mediante una justa compensación del trabajo, para el fomento de la
higiene en donde ellas mismas operan, o para salvar de la destrucción
las cuantiosas riquezas que significan los gases naturales que están
unidos con el petróleo en la naturaleza, no hay dinero, ni posibilidades
económicas, ni voluntad para extraerlo del volumen mismo de sus
ganancias.
Tampoco lo hay para reconocer una responsabilidad que una
sentencia les define, pues juzgan que su poder económico y su orgullo
les escuda contra la dignidad y la soberanía de una nación que les ha
entregado con largueza sus cuantiosos recursos naturales y que no puede
obtener, mediante medidas legales, la satisfacción de las más
rudimentarias obligaciones.
Es por lo tanto ineludible, como lógica consecuencia de este
breve análisis, dictar una medida definitiva y legal para acabar con
este estado de cosas permanente en el que el país se debate sintiendo
frenado su progreso industrial por quienes tienen en sus manos el poder
de todos los obstáculos y la fuerza dinámica de toda actividad, usando
de ella no con miras altas y nobles, sino abusando frecuentemente de ese
poderío económico hasta el grado de poner en riesgo la vida misma de la
nación, que busca elevar a su pueblo mediante sus propias leyes
aprovechando sus propios recursos y dirigiendo libremente sus destinos.
Planteada así la única solución que tiene este problema, pido a
la nación entera un respaldo moral y material suficiente para llevar a
cabo una resolución tan justificada, tan trascendente y tan
indispensable.
El Gobierno ha tomado ya las medidas convenientes para que no
disminuyan las actividades constructivas que se realizan en toda la
República y para ello, pido al pueblo, confianza plena y respaldo
absoluto en las disposiciones que el propio Gobierno tuviere que dictar.
Sin embargo, si fuere necesario, haremos el sacrificio de todas
las actividades constructivas en las que la nación ha entrado durante
este período de Gobierno para afrontar los compromisos económicos que la
aplicación de la Ley de Expropiación sobre intereses tan vastos nos
demanda y aunque el subsuelo mismo de la Patria nos dará cuantiosos
recursos económicos para saldar el compromiso de indemnización que hemos
contraído, debemos aceptar que nuestra economía individual sufra
también los indispensables reajustes, llegándose, si el Banco de México
lo juzga necesario, hasta la modificación del tipo actual de cambio de
nuestra moneda, para que el país entero cuente con numerario y elementos
que consoliden este acto de esencial y profunda liberación económica de
México.
Es preciso que todos los sectores de la nación se revistan de un
franco optimismo y que cada uno de los ciudadanos, ya en sus trabajos
agrícolas, industriales, comerciales, de transporte, etc., desarrollen a
partir de este momento una mayor actividad para crear nuevos recursos
que vengan a revelar cómo el espíritu de nuestro pueblo, es capaz de
salvar la economía del país por el propio esfuerzo de sus ciudadanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario